viernes, 1 de febrero de 2008

Una palabra de amor te convierte en triunfador.

De palabras vengo a hablar,
pero no de cualesquiera,
sino de las que una espera
de un hombre un día escuchar.


Cuatro palabritas finas
nombradas como al azar,
pueden hacernos temblar,
sentirnos casi divinas,
especiales y sin par.


Y en esto no hay distinciones
que todas vamos parejas,
chicas, jóvenes y viejas,
perdemos las convicciones
si nos calientan la oreja.


Si él te susurra “muñeca”
tu sangre se arremolina,
te hinchas, te pones hueca,
pareces una gallina
cuando se pone clueca.


Y cuando te llama “nena”,
tu cuerpo se desmelena,
te derrites anodina
cual si fueres margarina,
¡qué blandas somos! ¡qué pena!


Si estás en días de celo
y él te murmura “mi cielo”
se te va la sensatez
y las bragas caen al suelo
(perdón por la ordinariez,
permítamela una vez).

Pero la más sugerente,
la que la palma se lleva,
es “princesa”, obviamente;
si no lo crees haz la prueba
Suena como una caricia,
que seduce y embelesa.
Suerte tiene la patricia,
que a Felipe, con pericia,
le supo dar cama y mesa;
pues además de Letizia
todos la llaman princesa.

Y también nos emociona
cuando nos dicen “preciosa”,
linda, guapa, y hembra hermosa.
Todo lo que te menciona
a tu antojo lo interpretas;
aunque te llamen jamona
obtusa o incluso mona,
con mucho gusto lo aceptas,
pues de su boca proviene
y el amor, es lo que tiene,
ciego, sordo, y con caretas…


También se escucha “cariño”
aunque suena más formal,
más de pareja con niño
en régimen conyugal.


Otros, en cambio, nos llaman
mi vida, churri, o bombón;
o con suerte te proclaman
reina de su corazón.

Y alguno, más atrevido,
una palabra se inventa
y te la dice al oído,
o la escribe, enardecido,
y tú, siempre tan contenta.

Pero tengamos en cuenta
que siendo tan cariñosa,
la palabra, tan hermosa,
todas, todas, las setenta,
nos dicen la misma cosa:
en el fondo, "la parienta".

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