jueves, 31 de enero de 2008

Qué comunes, hay que ver, son las cosas del querer

Una copla así decía:
“Si me enamoro algún día,
me desenamoraré,
para tener la alegría
de enamorarme otra vez.”


¡Qué bonito es el amor!
Sobre todo, en sus principios…
A él le dedico estos ripios
con una nota de humor.


Cuando Cupido dispara,
y te acierta con sus flechas,
te portas de forma rara
y no haces nada a derechas;
es como si te drogara.


Se pierde la perspectiva,
abajo se vuelve arriba,
y loca, como una chiva,
canturreas la “tarara”
(o la copla que él cantara).

Miras con mirada ausente,
la sonrisa permanente,
la cara de boba puesta,
que aunque se muera un pariente
o te doliese algún diente,
parece que estés de fiesta.

La cabeza echa en olvido
las cosas más cotidianas:
tengo que comprar manzanas,
enchufar la lavadora,
la revisión del oído
creo que tocaba ahora…

Y sólo puedes pensar
en su mirada, en su voz,
en su manera de andar,
en si le gusta el arroz
con sepia o con calamar;
en su canción preferida,
y en las preciosas poesías
que recitó sin ayuda
(que eran de Pablo Neruda
pero tú no lo sabías).

Recuerdas muy bien su aroma,
y el color de su camisa;
su perfil, y su sonrisa
cuando lo llevaste a misa
y te dijo ¿es una broma?

Tu cuerpo ahora, de repente,
se independiza de ti,
actuando impunemente
sin mas ni más, porque sí;
y alterando alegremente
sus funciones. Algo así:

El hambre desaparece
y no te entra la comida
pues tan sólo te apetece
que te tenga bien servida
de besos: doscientos trece.
Adelgazas sin querer
(eso nunca viene mal)
y te ves fenomenal,
mejor que cualquier mujer.
El estómago parece
que se vuelva del revés,
y sufre cien mil vaivenes
durante, al menos, un mes.
Y de apetito, no tienes
porque estás llena, llenita
de animalitos a cienes
que vienen en comandita;
sobre todo, mariposas,
que se instalan, caprichosas,
en la tripa o por ahí,
y que vuelan revoltosas
¿te suenan de algo estas cosas?
¿a que pasan? ¿a que sí?

Y el resto del mundo inspira,
ciertamente, compasión.
Pobrecillos, sin pasión,
sin este ardor sin mentira,
el auténtico, el mejor.
Te sientes tan superior
instalada en tu atalaya,
disfrutando de tu amor
-único donde los haya-
que nadie más en el mundo
ha sentido, ni un segundo,
sentimiento tan profundo,
tan intenso, ni mayor;
es único, insuperable
y con nada comparable
¡loado sea el candor!

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